Historia del Colegio

La Congregación de Religiosas Filipenses Misioneras de Enseñanza fue fundada en Mataró (Barcelona) el 21 de noviembre de 1858.

El fin específico de la Congregación es la «Renovación cristiana de la Sociedad» de acuerdo con las necesidades más urgentes de la Iglesia y con especial atención a los más necesitados. Esta misión se lleva a cabo a través de obras de promoción humana y educación cristiana (Colegios, catequesis …); Residencias y Casas de Espiritualidad; trabajo misionero y ayuda a movimientos eclesiales.

Centrando la mirada en Madrid, la Congregación abre su primera Residencia de Señoras “Sagrada Familia” en 1933, en la céntrica calle de Goya. Posteriormente, en 1939, se trasladan a la calle Ortega y Gasset. Allí viven la difícil experiencia de la Guerra Civil hasta 1946 que deciden cerrarla.

En 1940, nace el Colegio “Ntra. Sra. de las Victorias”, en la céntrica calle madrileña de Zurbano, gracias al esfuerzo y a la labor de sus antiguas alumnas y por el interés, en especial, del Rvdo. Padre Carlos Mesa de la Asociación de los Reverendos Padres Claretianos.

Nace con vocación de servicio disponiendo de grandes aulas, habitaciones para internas, comedores, capilla, salas auxiliares y patios de recreo, todo gestionado con un gusto exquisito.

El colegio aporta todo lo necesario para asegurar una sólida formación académica y humana sustentada sobre profundos pilares cristianos, los cuales, con el paso del tiempo, llegarían a ser la seña de identidad de todas las alumnas que pasarían por las manos de las Madres Filipenses.

El objetivo del colegio es asegurar una juventud femenina sana y alegre, como base segura de futuras mujeres cristianas y, por consiguiente, de futuros hogares cristianos.

El aumento de los alumnos y la normativa de la nueva Ley de Enseñanza, exige que el Colegio se traslade a un lugar más amplio. Monseñor Morcillo, Arzobispo de Madrid, pide a los Religiosos el traslado de los Colegios a la periferia por lo que se opta por el Barrio de Ventas, entonces bastante en la periferia y donde no había ningún otro Colegio Religioso.
A principios del siglo pasado, nuestro barrio era zona de paso de forasteros y trajineros que se dirigían al centro de Madrid, y encontraban en el lugar, ventas, quintas o ventorros donde poder disfrutar de un buen tinto después de una larga marcha desde sus lugares de origen y antes (o después) de realizar sus gestiones en Madrid. De todas las ventas, la más importante fue la del “Espíritu Santo” y que se encontraba entre lo que es hoy la calle de Alcalá y la Avenida de Daroca. Hasta bien entrados los años, también abundaban los tejares debido a las características del suelo, muy apreciado en la época para la confección de tejas rojizas y blancas. Algunos de los edificios más famosos construidos en la época fueron: la plaza de toros, el Hospital del Niño Jesús, la Casa de Salud de Santa Cristina y numerosas viviendas de la calle de O´Donnell.

Cuando la Congregación se traslada a nuestro barrio, se encuentra con una población obrera, joven y muy humilde con una mayoría de viviendas unifamiliares, construidas a principios de siglo, de una sola planta con fachada a la calle, y con un pequeño huerto donde cultivar verduras y hortalizas, y criar conejos, gallinas e incluso cerdos.

En otros casos, la parcela de suelo sin construir era utilizada como lugar de selección y almacenaje de residuos para la separación de carbón, trapos, metales, vidrios, y restos de comida, que eran revendidos o utilizados para la cría de animales. Los restos que no tenían utilidad económica eran llevados por estos traperos (o también llamados chamarileros) a vertederos próximos.

En las proximidades de la avenida de Daroca (conocida también como Camino Alto de Vicálvaro a finales del s. XIX y Carretera del Este, a mediados del s. XX), y debido a la proximidad con el Cementerio de la Almudena (antes Cementerio del Este), abundaban los negocios relacionados con el servicio a los difuntos: marmolerías, fábricas de cruces, lápidas y floristerías, principalmente.

Próxima a la calle del Apóstol Santiago, donde se encuentra nuestro colegio, se encontraban negocios, algunos de los cuales, aún perduran: la tienda de curtidos “Casa Rubio”, un aceitero, el garaje “Velaire”, la pastelería “La Gloria”, la taberna “El Escalón” , y justo en la esquina con la calle, el taller de cruces de la señora Juliana.

Haciendo esquina con la calle Altamira, se encontraba un centro de Auxilio Social, y justo detrás el Grupo Escolar “Onésimo Redondo” (a escasos 100 metros de lo que hoy es nuestro colegio).

El colegio se alzaría sobre un descampado en frente del cual, se encontraban chabolas y pequeñas casas oradadas sobre un montículo rocoso donde vivían familias enteras.

Las RR. Filipenses se dedican en cuerpo y alma a servir y ayudar a las clases más desfavorecidas del barrio, aplicando los Carismas vividos por los Padres Fundadores y transmitidos a la Congregación en su labor evangelizadora (Seguimiento radical de Cristo y Evangelización liberadora de la sociedad según el espíritu de la Iglesia con atención preferente a los más necesitados).

En el verano de 1973 se hace el traslado de muebles y enseres para comenzar las clases el día 15 de septiembre. Para un 70% de profesores y alumnos todo está por estrenar y hay una gran ilusión por comenzar.

No obstante, eran muchos los años que el Colegio había estado en Zurbano y muchas las familias vinculadas al Centro, que no se resignan a abandonarlo, por lo que los primeros años, aun teniendo varios Colegios en el entorno, vienen en autocar o en metro.

Era un barrio joven que recibió a las RR. Filipenses con cariño y que poco a poco, año tras año han ido haciendo del Colegio su segundo hogar.

Con la llegada del otoño, se abren las puertas del Colegio a niñas del barrio de El Carmen-Daroca, preferentemente, con el propósito de dar a conocer a Cristo a través de una educación integral y un desarrollo humano, social e intelectual desde la educación infantil (4 años) hasta la adolescencia (14 años), que les permitiera crecer como personas felices, positivas, responsables, críticas, sensibles y comprometidas con el mundo que les iba a tocar vivir con un sentido de vida cristiano y manteniendo una actitud de vida basada en la fe en Cristo y de compromiso con el prójimo.

Por aquel entonces, el colegio se erigió como punto neurálgico del barrio, siendo lugar habitual de encuentro entre padres, alumnos y profesores. Los padres depositaban en las Madres Filipenses la educación de sus hijas con la confianza de que se encontraban en las mejores manos, y que con el apoyo de las Madres podrían alcanzar una educación que les permitiera llegar muy lejos, y eso, para una sociedad mayoritariamente obrera y luchadora en un contexto político-social convulso e incierto, representaba la garantía de que sus hijas iban a tener una vida mucho mejor, y esto que parece evidente hoy en día, en aquella época, tenía mucho valor.

Fueron años en los que la Comunidad Educativa formada por padres, profesores, Madres y Sacerdotes se volcaron en la educación de las alumnas. Con unas instalaciones y equipamientos mucho más austeros de los que podían tener en el acomodado barrio de Salamanca, el esfuerzo diario merecía la pena. El entusiasmo de las Madres Filipenses por infundir a las alumnas de unas cualidades humanas y unas capacidades intelectuales máximas inundaban los corazones de padres y alumnos. Sin duda, estos sentimientos son compartidos por la mayoría de las antiguas alumnas que estudiaron en Filipenses, y que hoy en día todavía se emocionan al recordar su Colegio, las actividades de fin de curso en el patio a rebosar de padres, abuelos, tíos y vecinos asomados a los balcones, las convivencias en la Casa de Cercedilla, y la profundidad del mensaje cristiano que se hacía presente en cada lección, en cada frase, en cada gesto, en cada mirada y en cada momento compartido.

Durante esta época, las Madres Filipenses ampliaron su vocación evangelizadora más allá de las puertas del Colegio, participando con la Iglesia del Espíritu Santo en las actividades de acción social (Catequesis, Liturgia, etc)

Ya en 1992, el Colegio abre sus puertas a un alumnado masculino, siguiendo la demanda de la sociedad.

Hoy en día, las circunstancias sociales y el contexto político y económico son muy diferentes de las de entonces. Los padres de hoy somos aquellos hijos que estudiamos en los años 70 y 80, y, que, en la mayoría de los casos, tuvimos todas las oportunidades educativas y de desarrollo personal y profesional que no tuvieron nuestros padres. Ya no existe esa desigualdad manifiesta de mediados del siglo pasado, y los casos de pobreza extrema son ya muy pocos, afortunadamente.

Hoy, los padres compartimos activamente la educación de nuestros hijos con el colegio y seguimos confiando en las Madres Filipenses como continuadoras y orientadoras en su aprendizaje.

El ideario del colegio y los Carismas inspiradores de los Padres Fundadores siguen haciéndose presentes con el mismo entusiasmo y la misma convicción con que las Madres Filipenses realizaban su labor pastoral y evangelizadora cuando llegaron al barrio.

La propuesta educativa del colegio sigue ofreciendo una formación integral que ayude a los alumnos a descubrir, potenciar y desarrollar sus posibilidades personales, favorezca el crecimiento de su responsabilidad social y potencie el desarrollo de su dimensión ética y trascendente, e invita a padres, tutores y educadores a formar parte activa de la Familia Educativa del Colegio, mediante la participación en distintos órganos, propuestas y actividades, pudiendo ofrecer nuestra formación y lo mejor de nosotros para el bien de nuestros hijos y de la Comunidad Educativa en general.

Desde la perspectiva histórica de cuál ha sido el papel del Colegio desde su construcción, sin duda, no se puede decir que el barrio haya crecido gracias al Colegio ni que el Colegio careciera de sentido en otro barrio, pero ambos se han visto beneficiados de esta comunión. ‘Nuestra Señora de las Victorias’, junto con otros símbolos de la zona (la Iglesia del Espíritu Santo, los Parques, las Plazas, los Comercios, …), que han acompañado al crecimiento de esta parte de Madrid durante todos estos años, ha servido para ensamblar el ‘Espíritu de Barrio’ en el pasado, y este espíritu es el que debemos seguir potenciando.

El barrio, por su parte, ha sabido reclamar al Colegio las novedades de una sociedad en constante cambio; así, el Colegio también ha evolucionado, abriendo sus puertas, a principios de los años 90, a un alumnado masculino, fomentando la participación activa de los padres integrándoles en la Comunidad Educativa (Creación del AMPA, Consejo Escolar, Escuela de Padres, etc.).

Todos estos cambios se han producido sin dejar de lado los Carismas esenciales con que se creó la congregación y, por añadidura, el Colegio: el Seguimiento a Cristo y Evangelización de la sociedad con especial atención a los más necesitados.